domingo, 26 de abril de 2020

POR FALTA DE UN RELOJ /Cuento



La noche está pesada, dijo don Eustaquio, Es cosa tuya, las noches son todas iguales, le contestó su mujer. El día miércoles, el viejo, tenía que ir a Ayavaca y desde su casa en Ambasal era obligatoria la madrugada. Quizá debido a esta razón no siguieron la conversación. Acomodaron el fiambre en unos manteles blancos y se fueron a dormir. La noche iba a ser corta, apenas hubo tiempo para un último intento de plática: ¿A qué horas te vas?, dijo ella, A las tres, dijo él, Esperemos que el gallo no se duerma, dijo ella, Ese gallo no se duerme, dijo él. Así concluyó el diálogo y la noche también.
Ya cantó el gallo, son las tres, sonó la voz de Don Eustaquio en la oscuridad y rápidamente se levantó y acomodó sus pantalones, la camisa blanca nueva y su poncho marrón oscuro con listas blanquiazules. Se calzó y salió, ensilló la mula, colocó las alforjas en el lomo del animal. Hasta este momento la mujer no había dicho nada. Acomodó, el marido, los últimos aperos y se dispuso a montar. Por fin dijo algo la esposa desde la puerta, Parece que es muy temprano, No creo, los gallos no se equivocan, dijo el marido, y pese a los años de casados se dio tiempo para una broma, Lo que pasa es que nos quedó chica la noche. Y emprendió el viaje en su mula.
La ladera fue fácil, eso contó después el jinete. Subieron la primera cuesta y todo iba bien. La segunda cuesta y nada digno de narrar. Si, ya pasaron el cruce de la carretera y nada nuevo. En la quebrada se detuvieron, la bestia debía calmar su sed, sin presagiar ni bestia ni dueño lo que les tenía preparada la noche. Así es como don Eustaquio narró los sucesos de aquella funesta madrugada.
… Ya pasé la quebrada y quedaba la última cuesta, que es la más larga. Entonces algo pasó, el ambiente cambió, la misma sensación de la noche anterior, el aire se  puso pesado y  a lo lejos un coro de perros  lanzó  su quejido, como  si olieran  algo malo. Sentí miedo, pero me consolé diciéndole al animal, no pasa nada. En mi mula algo había pasado también; empezó a respirar más rápido y sudaba, sudaba mucho. No pasa nada me dije y seguí. Más en mi mente aparecieron las historias de caminantes encantados, de los muertos aparecidos, del diablo jinete, de los duendes engañadores. Hice un esfuerzo por pensar en otra cosa: en mi mujer y la despedida, en mis hijos que viven lejos, porque así son los hijos, conforme se crían se van, quise pensar en la chacra y sus verdes frutos de maíz. Mas las ideas iban y volvían, y ya no eran sólo las ideas, cada sombra, cada figura en la oscuridad, cada piedra que blanqueaba, parecían que me miraban y me invitaban a la locura. No pasa nada, dije, ¿quién sabe para quién?, Mientras mi mula no se pare…
Y la mula se paró. Resolló fuerte, raspaba la tierra y no quería avanzar. Ni para atrás ni para adelante. La espoleé, le crucé cuatro chicotazos, dos en cada anca y la mula olía algo, sentía algo, veía algo. Le volví a picar y zas, zas, zas, zas, cuatro chicotazos más y la mula no era con ella. No se movió. Ahora si ya tenía miedo. Hice un último esfuerzo: ula, ula, ula y cuatro más, la mula dio un salto endemoniado y pasó corriendo. Ya pasé, dije. Pero algo no andaba bien, alguien estaba detrás mío, como que se alancó de golpe. Podía sentir su aliento caliente, tan caliente que me quemaba la nuca. No tengo que voltear, pensé… Ya que duda había, algo malo estaba detrás de mí. ¿El diablo? ¿El muerto?
La mula también sintió su presencia, su respiración se agitaba hasta salir por todas las partes de su cuerpo, su caminar lento demostraba el esfuerzo que hacía por llevar doble peso, seguro que el animal estaba tan asustado como yo.  Y así de repente siento una mano sobre mi hombro, no debo voltear, decía, luego otra mano en mi otro hombro y yo firme, no debo voltear. Sus manos empezaron a quemar. No debo voltear, entonces; ¿qué hacer? recé el padre nuestro y nada, el santísimo y nada, el buen caminante y nada. El metal asusta al diablo, había escuchado decir, ¿pero de dónde saco un metal? Ni espada, ni chaveta llevo. ¡Los cigarros! Recodé que mi compadre Juan Yanayaco contó en el velorio del finado Segundo Cunya, que el tabaco corría al demonio. Claro no me acordé de todo en ese ratito pero si me acordé de los tabacos y que tenía algunos en mi bolsillo. Metí las manos a los bolsillos y mis brazos quemaban más, saqué de uno de los bolsillos un cigarro y del otro un fósforo, no sé cómo, pero era de vida o muerte todo o nada. Hasta entonces mis manos quemaban, mis brazos, el pecho, el estómago, las piernas, todo   quemaba, ardía, no sé cómo, les dije, pero en un último aliento de valor metí el cigarro a la boca,  las manos encendieron el fósforo, fósforo al cigarro y ya estaba lanzando humo en cruz delante y detrás mío. Y algo empezó a oler horrible. Apestaba y un bulto se descolgó de la mula, como se desprende un gajo de guineos. La mula, como impulsada por un motor salió disparada.  Corriendo. Que cuesta ni que cuesta, la mula corría y yo seguramente no pesaba nada. En un abrir y cerrar de ojos estuvimos en Yacupampa. Aún no amanecía. Toqué la puerta de Don Genaro Páucar, con el miedo vivo dentro de mí, ¿Quién es? Me dijeron de adentro, Eustaquio Aguilera, contesté. Y me abrieron la puerta…
Así narró la historia nuestro héroe, pues qué duda cabe  es  un héroe, porque  no muchos  tienen la suerte de toparse  con  el diablo y quedar  buenos  para  contarlo. Hubo una breve charla entre posadero y peregrino. El peregrino, Deme una posadita; posadero, ¿Por qué tan blanco?; peregrino, ¡Hay hermano me ha salido el diablo!; posadero, Hombre loco y ¿cómo se te ocurre salir tan temprano?; peregrino, ¿Temprano? ¿Qué hora es?; posadero, Son las tres y media.
Don Eustaquio narró toda la historia a él y a cuantos más encontró en los siguientes días y noches. Niños, jóvenes, mujeres, hombres. Se cambiaron algunas cuestas, algunas quebradas, algunos datos de la despedida se agregaban, se quintaban.  En fin; cosas que tienen las historias. Eso sí, siempre finalizaba su relato de la siguiente manera, Y al otro día me compré un reloj.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

UN POEMA LLAMADO EFRAÍN RÍOS

      Por, Héctor Manolo Gonza Rivera. Traigo algunas ideas para compartir. Sobre la sabiduría, la esperanza, la humanidad y el amor.   ...