¿Hacia dónde?
¡No importa! La Vida esconde
mundos en germen
que aún falta descubrir:
Corazón, es hora de partir
hacia los mundos que duermen!
Alberto Guillen
Deucalión
Bien podría titularse esta historia: el Gran Viaje a la
Gran Piedra, porque ello sintetizaría de manera muy puntual los acontecimientos
de aquel tiempo. Supongo que tendría no muchos años. Era joven aún. Cuando
sucedió. Cuando emprendí, empero, el viaje más grande de mi vida.
Antes el mundo era más grande, y habitaban en él, seres
increíbles, personajes fantásticos y objetos mágicos. Era otro tiempo. Había,
desde siempre, escuchado hablar mucho de la Gran Piedra. Es más; era de lo
único que se hablaba entonces. Los mayores que, si eran mayores, pues eran
increíblemente grandes, conversaban a cada rato de la gran piedra. Decían unos
que llegar ahí era toda una aventura; otros, quizá más valientes, decían que
habían ido ya muchas veces: veinte, treinta. Sólo ellos lo sabían. Había entre
los mayores los solidarios, púes siempre nos decían: algún día los llevamos a
ustedes. Y yo vivía soñando con conocer la Gran Piedra.
El universo que rodeaba la Gran Piedra era bastante extraño,
se encontraba en un lugar llamado “Mundo
de Dónjulcal” y este hombre, en verdad no era hombre. Decían los mayores
que se convertía en lechuza y cuidaba que nadie entre a la Gran Piedra, la
piedra era su fuente de poder y hasta su casa. Se había comido a varios, a los
pequeños, porque ellos le gustaban más. Vestía con un sombrero grande y una
soga siempre colgaba de su hombro. No se le confunda con el Duende; el Duende
es más pequeñito y no tiene soga en su hombro. Pero “Dónjulcal” no era el único
peligro, estaba también el “Bosque
Pajalefante” que configuraba túneles y caminos enormes, laberintos
enmarañados donde todo el mundo se perdía y era necesaria la guía de algún
mayor. Estaban además las Voladoras:
Bestias enormes, aladas y negras que protegían este universo, veían todo y se
comían todo, también a ellas los pequeños les gustaban más. Con tantos peligros
y quizá muchos más, todos queríamos ir a la Gran Piedra.
Una tarde Jorge, que era uno de los mayores, el más
valiente de todos. Había ido incontables veces a la Gran Piedra y hasta más
allá de ella, donde pocos lo habían logrado. Se paró frente a nosotros y nos
dijo, Mañana nos vamos a la piedra. Todos nos alegramos, iríamos a la gran
piedra. Habíamos esperado tanto tiempo y por fin mañana, que no sabía
exactamente qué significaba mañana, pero sonaba a que sí iría. Tal vez ya de un
rato o demore un poco más, pero había una fecha: mañana.
En ese entonces se había, en este mundo raro, formado dos
bandos y se inició una guerra sin sentido. Yo estaba en uno de ellos y no sabía
por qué. Sólo me dijeron: No te dejes
matar ni coger preso. Eran otros tiempos o ¿quizás otro mundo? El universo
de túneles y laberintos de “Pajalefante”
fue el escenario de una lucha encarnizada. Nuestros capitanes, que así se les
decía a los mayores, nos guiaban: disparen, decían, al piso y todos nos
tirábamos al piso. La batalla parecía interminable, pues en una rareza más de
este mundo se moría por un momento y luego ya estábamos peleando otra vez.
Incluso la decisión de morir era muy discutible. La batalla, como todo, llego a
su fin. El balance: Ganó el bando de Jorge, siempre ganaban ellos, ningún
muerto, ningún herido. Luego ganadores y vencidos, sobrevivientes y victimas
nos íbamos juntos a nuestras casas. En este mundo habíamos logrado la
inmortalidad.
Con la esperanza que el suceso de la guerra no alterara el
viaje programado, me fui a dormir. No tomé merienda, no era prioritario. Aquella
noche tuve un sueño extraño, fantástico aún para este mundo. Soñé que iba a la
Gran Piedra y que ésta, era pequeña, que no había monstruos y que “Dónjulcal” era un anciano muy amable.
Desperté. Qué raro sueño, era en verdad de otro mundo. Al despertar los rayos
del sol me avisaron que era mañana o ¿quizá no? En fin, me levanté rápido, me
puse un par de zapatillas de Venus y salí en busca de Jorge y los demás. ¡Oh
sorpresa! Era tarde, no había nadie. Ya todos se habían ido. Nadie se acordó de
mí, o creyeron que no estaba listo. Ya no iría…
Sentado al pie de una enorme planta de achira, lloraba mi
mala suerte. Si dijeron que mañana, ¿de repente no era mañana?, entonces dónde
estaban todos. Ya es mañana y todos se han ido menos yo… En verdad estaba muy
triste.
En un acto de repentino valor, inspirado en no sé qué, se me
ocurrió ir solo. De repente no estaban tan lejos y los alcanzo en el camino,
voy, voy detrás de ellos. Pero ¿y Dónjulcal?, ¿y el Duende, las Voladoras, el
camino? No puedo solamente ir. Mi valor vaciló un momento, pero mi curiosidad
fue más fuerte. Necesitaba un plan. Me sujeté las zapatillas de Venus, conseguí
un casco de caparazón de sambumba y
busqué entre mis cosas la piedra de cristal que tenían poderes mágicos, tal vez
puedan servirme para tumbar una voladora. Mi ron -ron, también me serviría de
arma. Entre las cosas de los mayores encontré la espada de “JIMAN”, puede que tenga los poderes que dicen que tiene. Acomodé
todo, me di el último aliento de valor y salí en busca de la Gran Piedra.
Todo era novedad para mí, se me parecía el mundo más grande
que de costumbre. Era cierto lo que decían los mayores, en su sabiduría nos
habían explicado de los peligros de una aventura así. Todo era extraño y sentía
un poco, quizás bastante miedo, pero mi corazón me arrojaba hacia adelante, hacia
la Gran Piedra. No había rastro de “Dónjulcal”,
a lo mejor estaba en la Gran Piedra. Las Voladoras tampoco estaban, el peligro
inmediato era el camino, por donde fuera que mirase se veía muros enormes de “Pajalefante”, dos paredes enormes que
guiaban mi ruta en la caprichosa dirección que él desease. Muy pronto
descubriría que el peligro estaba apenas por comenzar. El sendero se dividía en
dos ¿por dónde? Los mayores habían dicho que un camino equivocado te podría llevar
a la casa del Duende, Pero ¿por dónde ir?
Me senté y vinieron a mi mente las interrogantes que no quería responder
¿y si regreso?, todavía estoy cerca, puedo ver mi casa desde aquí. Entonces
¿Cuándo voy a conocer la Gran Piedra? Tengo que ir, ya estoy en marcha, ¿pero
por dónde? Decidí el camino que parecía más fácil. Avancé dos, tres, algunos
pasos más y ya el camino ahora se dividía en tres. Elegí la ruta del medio,
avancé, y que raro era todo, a cada paso el sendero se iba convirtiendo en
nuevas rutas que se entrecruzaban entre sí. Realmente estaba aturdido. No una,
muchas líneas cortaban el camino una y otra vez. Ni siquiera sabía por dónde
había venido. Como ningún mal llega solo, ahora sí, las voladoras iniciaron un
espectáculo en el cielo azul de este mundo, eran enormes y volaban tan cerca…
¿qué hacer? Correr, ¿a dónde? No lo sé. Entonces mis pies respondieron
antes. Corrí, corrí gritando y llorando,
no me importaba los caminos, Dónjulcal, el Duende. Corría, corría y lloraba. En
este mundo no estaba prohibido llorar. Y yo lloraba, tampoco estaba prohibido
correr, ni tener miedo. Y yo, créanme, tenía miedo, corría y lloraba… ¡Tírate
al suelo!, escuché decir. Era la voz familiar de Jorge, que se acercaba como un
héroe. Esta vez lo vi más grande que siempre, sin miedo a las voladoras, ágil
en el laberinto de “Pajalefante”. Le
hice caso y me arrojé al suelo. Se acercó el mayor de lo mayores, me tomó de la
mano y me dijo muy suavemente, Aquí es la Gran Piedra.
Era la Gran Piedra en verdad maravillosa. Enorme y mágica.
Todos estaban ahí, los pequeños y los mayores, gozando de la conquista. Lo más
grandioso de esta piedra era su capacidad de transformación, bien podría ser un
gran barco y todos nosotros sus marineros; bien era un camión, un avión, una casa.
Ahora era un elefante gigante que nos llevaba a todos por un mundo desconocido.
Todo podría ser la Gran Piedra, esa era su magia: guiarnos a todos en el viaje
de nuestras vidas.
Hoy ya tengo varios años, soy mayor de los mayores. He ido
a la gran piedra, tantas veces como días tiene el año, y aún más. La he visto
empequeñecerse con el paso de los años e ir perdiendo su capacidad de
transformación. He visto a “Dónjulcal”
convertirse en un anciano amable. Ya las voladoras no son tan grandes y se alejan
cuando yo me acerco buscado su temeridad. No he vuelto a escuchar del Duende, a
lo mejor se aburrió y se fue a otros lares. Ya el mundo no es el mismo mundo.
Las cuentas, el trabajo, los vecinos, las noticias, los accidentes, nos han
vuelto diferentes. De pronto oigo el llanto de mi hijo, de aquel pequeñín de
tres años, corro a su encuentro y está asustado. ¿Qué tienes? le interrogo.
¡Las voladoras!, me dice, ¡la gran piedra! Ahora lo entiendo todo. Él ha
emprendido también su gran viaje. Bendita vida.
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Un mundo mágico que nos presenta: El Viaje Grande. Volver a un mundo que cuando de niño lo vemos grande. Y que el heroísmo del hombre lo va empequeñeciendo. Cuento para compartirlo con nuestros niños que empiezan su gran viaje.
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