En la Comunidad Campesina de Chocán, entre
los caseríos de Tablas y Huachuma se encuentra una hermosa construcción de
piedra sobre la entrada de una cueva, la cual es conocida por los lugareños con
el nombre de Collona. Sobre ella se han elaborado una serie de relatos
fantásticos, de encantamientos, de desaparecidos, de aparecidos y de hechizos.
Hay quienes dicen que al penetrar en ella encontraríamos un mundo maravilloso
hecho de oro y plata. Otros, creen que es un túnel que comunica con Quito,
Cusco o Cajamarca.
Se cree también, que antes la Collona
servía para guardar alimentos y a la vez de predicción sobre las cosechas de
cada año. Arrojando algunos granos hacia
el interior de la cueva y si estos hacen un sonido suave y prolongado sabremos
que el año va a ser muy bueno, por el contrario, si el sonido es seco y corto,
el año va a ser malo y la gente se tiene que preparar.
Cuenta la tradición que cierta vez un
muchacho más o menos de catorce o quince años (los que refirieron esta historia
no alcanzan a ponerse de acuerdo) estaba jugando en un plan cerca a la Collona.
Se sabía que esa parte del cerro es brava,
pues muchos animales ya se habían perdido o muerto cerca y más de un poblador,
algo despistado en las tardes de neblina, aseguraban haber escuchado silbidos,
voces y llamados. Pero el muchacho, que no tenía tanta edad para tomar las
cosas en serio, ni la poca edad como para tener miedo, aun conocedor de lo que
venimos conversando no hizo caso y se acercaba cada vez más, conforme su pelota
le iba atrayendo a la construcción de piedra.
Dicen, que unos señores que estaban por
ahí cosechando frejoles (por lo que suponemos esto se dio en el mes de julio o
agosto cuando los laberintos de nudillo van perdiendo su forma y hacen visibles
senderos enmarañados) testimoniaron que hasta eso de las cinco de la tarde el
muchacho estaba jugando por ahí. Cuando ya la noche entraba y un viento extraño
les acarició fríamente, había desaparecido. Entre ellos conversaron las
posibilidades que se haya cansado y se fue a su casa; otros pensaron que estaba
escondido o detrás de un monte, sólo uno atinó a proponer en forma de broma,
que quizá la Collona habría tapiado
al muchacho; pero entre la poca sorpresa y el mucho cansancio de los hombres,
el tema quedó ahí.
La familia, por su parte, habría comentado
que ese día el muchacho no regresó a su casa. Que había salido temprano a mudar
unos burros y que nadie le extrañó al almuerzo, pues se llevó unas tortillas
con queso de fiambre. Tampoco les hizo raro que hasta eso de las ocho de la
noche no regresara, sabían ellos, que le gustaba quedarse jugando hasta tarde.
A eso de las diez de la noche la preguntadera con ira y poco a poco la
preguntadera con temor, alarmó a todo el pueblo. Algo malo le había pasado. Ese
día no regresó a su casa y lo mismo por muchos días más. Nadie supo que había
pasado, quizá se fue al Ecuador, quizá se fue a la costa, las posibilidades
eran una larga lista de Quizás.
Al siguiente verano (o quizá unos cuantos
veranos después) un grupo de niños que estaban jugando cerca de la Collona
afirmaron que vieron a un joven todo desgreñado y sucio que salía de la cueva y
se sentaba sobre unas piedras a tomar el sol. Se abrigaba. Luego si escuchaba
algún ruido huía como un animal hacia el interior de la cueva. Los mismos datos
le siguieron después: un hombre que había perdido un burro, unos enamorados que
andaban buscado tranquilidad, huyeron despavoridos por la misma imagen. Poco a
poco fue corriendo la idea que en la Collona los días martes y viernes de cada
semana un encantando salía a tomar el
sol y si alguien se acercaba tomaba el riesgo de irse con él y nunca más
volver.
La familia del joven que, por supuesto
nuca renunciaría a la posibilidad de rescatarlo, se empeñó en romper el
encanto. Para ello acudieron a médicos de
diversos lugares, uno lo llevó donde otro y el otro donde otro, hasta que en
ese círculo llegaron donde uno, que extendiendo la baraja, comunicó que el
encantado se trataba del muchacho antes perdido, que el encanto era de la
Collona y que dentro había un entierro de gentiles que no se podía calcular la
magnitud. En la mesada que posteriormente celebraron, agregó que él, si podía
sacarlo, pero que para ello era necesario además de los implementos propios del
rito; varas, espadas, artes y
perfumes; una beta bendecida con agua de San Francisco y cuatro hombres de alma
pura y buenos pensamientos que quisieran ayudar a romper el encantamiento.
Fue fácil de conseguir aquello de la beta
bendita, más lo de los hombres era una cosa que siempre sería inquietante.
Buscaron entre los amigos más fieles y buenos de la familia y otros que
quisieran de todo corazón que el joven volviera a la casa. Una semana después
el médico, algunos familiares y los cuatro hombres se dirigieron a la Collona a
esperar que los primeros rayos del sol salieran a tentar al encantado la
necesidad de abrigo. Cuando el sol calentó algo, a eso de las diez o quizá las
once, vieron todos absortos que el encantado salió a una piedra y empezó a
retozarse sobre ella. Descuidado, todo roto, el pelo tan grande como sus uñas y
los ojos de un animal siempre acechantes y huidizos.
A la señal del médico, los hombres de buen corazón se abalanzaron sobre el
encantado. Alguien le lanzó la beta bendita y lo lacearon. Era un espectáculo desgarrador de gritos, bufidos,
gruñidos, llantos; el desorden y el temor entremezclados con alegría y
esperanza. Después de unos inmensos diez minutos de jaloneo y de una tenaz
lucha de los hombres con el encantado y del médico con la sombra del cerro,
pudieron domarlos. El encantado cayó
desmayado y los hombres aprovecharon para amarrarlo a un madero y al tiempo se
turnaron para cargarlo y regresar a la casa. Los cantos, despachos y evocamientos
del médico estaban dando resultado, le estaban arrancando al cerro una de sus
víctimas.
Cuando ya estaban dando los primeros
metros del regreso. La Collona, antes de piedra, empezó a tomar un matiz
diferente. Fue asumiendo un brillo intenso, se estaba volviendo de oro cada
piedra. Más todavía, la entrada de la cueva se amplió tanto que hacia su
interior se pudo ver una ciudad maravillosa, era un pueblo construido en oro y
plata, Los animales eran de oro y plata y se presentaba tan apetecible que el
médico sólo alcanzó a decir a los hombres que cargaban al encantado, que cerraran
los ojos.
Entonces todos cerraron los ojos. Pero la
imaginación fue más grande. Cada quien se veía como un hombre rico, pensando en
tener grandezas, los sentimientos y los pensamientos de los hombres cambiaron.
Ya no querían ayudar al encantado, querían volver y tomar todo el oro y la
plata que pudieran. El médico despachaba sus perfumes y peleaba. A ratos sudaba frio y a ratos saltaba con sus
varas de chonta. Golpeaba las
espaldas de los cargadores y cerraba los ojos para evitar la aparición de la ciudad. Ya estaban avanzando algo más y pese a los
deseos de riqueza muchos se mantuvieron firmes.
Solo uno creyó que esta era la oportunidad
de su vida y loco de avaricia soltó al encantado y corrió hasta donde las
piedras de oro a querer coger algo para su fortuna. Esto fue suficiente para
que el encantado despertara hiciera un esfuerzo no muy grande y como arte de
magia quedó libre y su cuerpo fue atraído hasta la entrada de la cueva, que
nuevamente se convertía en piedra. Esta vez la Collona no se cerró hasta que su
viejo huésped el muchacho encantado estuviera dentro y además el nuevo huésped
seria el hombre de espíritu débil y malos pensamientos que no pudo controlar su
avaricia.
La gente regresó triste de la jornada y
desde ese día han contado esta historia que no se sabe cuándo ocurrió, pero que
de generación en generación ha llegado hasta nuestros días para dejarnos el
mensaje que las fuerzas del cerro ponen a prueba la limpieza de nuestros
espíritus y la calidad de nuestros pensamientos.
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La Collona supo que el hombre es débil. Por la avaricia muchos entran a esa cueva oscura que los encierra en mundos oscuros.
ResponderEliminarInteresante historia mítica, que nos descubre el mundo de los creyentes.